LEYENDA
Se salvaron del diluvio dos mancebos hermanos ascendiendo a la montaña del Guacayñan. Acabándose la vitualla que allí había recogido, salían por el contorno a buscar que comer, dejando sola a su morada que era una pequeña choza que habían hecho para albergarse. Sustentándose de raíces y hierbas pasaron por algún tiempo grandes necesidades y hambre.
Volviendo un día su choza quebrantados de cansancio, la hallaron muy abastecida de diversos manjares y abundancia de chicha, sin saber de dónde ni quién les había hecho tan notable beneficio y regalo. Quedando muy admirados de esto, buscan con diligencia por ahí a alguien, con deseo de saber de cuya mano eran socorridos en tiempos de tanta apretura, y no hallando rastro de gente, se asentaron a comer y mataron el hambre por entonces.
De esta manera pasaron de 10 a 12 días, hallando siempre provisto de comidas el rancho como en el primer día. Al cabo de este tiempo, curiosos de ver y conocer, quién les hacía tanto bien, acordaron que el uno quedase escondido en casa, y para esto hicieron un hoyo en la parte más oscura de ella en que se metió el uno y el otro se fue a su ejercicio de campo. En este tiempo observo el que estaba de centinela, entrar por la puerta dos guacamayas, que luego que estuvieron dentro se transformaron en dos hermosas mujeres de notables sangre real, ricamente vestidas de traje que usan hoy las mujeres cañaris, con el cabello largo tendido y ceñida la frente con una hermosa cinta. Quitándose la lliglla que son sus mantos, ellas empezaron a aderezar de comer lo que traían. El mancebo salió en esto de su escondrijo y saludándolas cortésmente, comenzó a trabar conversación con ellas, las cuales sin responder palabra se salieron de prisa de la casa y vueltas a su primitiva forma de guacamayas se fueron volando, sin hacer ni dejar en ese día ninguna comida.
El mozo cuando se halló sólo, viendo que no le había salido el lance como deseaba, se comenzó a afligir y lamentar maldiciendo su fortuna; estando en esta congoja, llegó del campo el otro hermano y sabido del suceso, le riño con enojo y cólera, motejándole de cobarde y hombre sin brío ni valor, pues había perdido tan grande ocasión. En fin, se determinaron en quedarse ambos escondidos en casa, para ver si volvían las guacamayas. Al cabo de tres días volvían como solían hacer, y entrando por la puerta, tomaron la forma humana, apareciendo dos bellas doncellas y empezaron a poner en orden la comida. Los mozos que estaban en acechanza, habiéndolas dejado antes de acabar de hacer, salieron de improvisto y cerrándoles la puerta sin proceder cortesía alguna, se abrazaron con ellas a las cuales no dio lugar la turbación a tomar figura de aves, comenzaron con enojo y despecho a dar gritos y hacer fuerza para soltarse, pero los mancebos, al fin, con halagos y palabras amorosas las aplacaron y aquietaron; cuando las vieron sosegadas, les rogaron ahincadamente les contasen su progenie y linaje y la causa de venirles de hacer aquel beneficio. Ellas ya pacificadas y tratables les respondieron que «Ticciviracocha les habían mandado hacer aquel misterio socorriéndoles de aquel conflicto, porque no pereciesen de hambre».
En conclusión, ellas se quedaron por esposas de los dos mancebos y de la sucesión que dejaron pudo haberse poblado aquella provincia de los Cañaris.